¡Dios nos salve a la estrella de Badía! ¡Dios te salve, Milagro de Azucena! ¡Salve Luz que brillas más que el día! ¡Salve Rosa de Gracia Eterna llena!
Somos, Madre, tus hijos que venimos con las manos bordadas de oraciones; para Ti es lo que amamos y sufrimos, para Ti nuestra ofrenda en corazones.
Virgen Pura, rogamos tu consuelo y que siembres de flores nuestro llanto, que en tu aliento nos cubran desde el Cielo infinitas estrellas de tu Manto.
Con rocío de tu Misericordia, Dulce Fuente, mitiga nuestra sed, y esparce como el viento la concordia, Blanca Aurora, Señora de Merced.
De la Culpa que somos prisioneros las cadenas derrite en tu Piedad, y que en lirios se vuelvan sus aceros en tu haz de la Santa Libertad.
Cuando en mares de angustia nos hundamos y la Noche devore nuestra Fe, que vestida del sol te descubramos con la Muerte vencida bajo el pie.
Si el dolor con su espada nos traspasa y el mañana es un árbol de ataúd, no nos cierres la puerta de tu Casa, Manantial desbordante de Salud.
Donde prendan los fuegos de la guerra que se vierta la lluvia de tu Faz, y arcoíris de Amor unja la Tierra coronando a la Reina de la Paz.
No permitas que el alma sometida por el miedo se entierre en el pecado, que da Fruto la Palma de la Vida en tu Fiel Corazón Inmaculado.
En la senda de espinas que nos lleve a la cima inclemente del Calvario, brota cálidas rosas de alba nieve con los hondos Misterios del Rosario.
Que tu voz de Paloma, Tierna Amiga, como el aire susurre con soñar, que el Espíritu es vid y está en la espiga y es la Sangre y la Carne en el Altar.
Y el Señor nos libre de la pena, y nos abra los labios a María; y a Jesús proclamemos en la Cena: ¡Dios nos salve a la Estrella de Badía!
Dabides